Tras 13 años trabajando como periodista en el Baltimore Sun, David Simon, creador de The Wire o Treme, fue despedido de un periódico que iba viento en popa y que prefirió repartir sus magros beneficios entre los accionistas que cuidar a sus trabajadores. Una nueva época llegaba al cuarto poder: la de la supeditación de la verdad al negocio.
Sus reflexiones en aquel entonces, suenan a profecía cumplida, casi 30 años después”: “Era un periodista muy metódico y trabajador, creía y creo en el valor de la verdad, en el poder transformador de una información basada en datos. Dedicaba semanas, meses de trabajo a mis noticias. Me pateaba las calles, hacía entrevistas, contrastaba datos…
Recuerdo que estuve trabajando durante meses en una serie de artículos que demostraban la inutilidad de la guerra contra las drogas en Baltimore. El mismo día que saqué el primer artículo, el periódico salía con un editorial: “CONTRA LAS DROGAS, GUERRA SIN CUARTEL”. Esta columna, a toda página, venía a ser una suma de lugares comunes y opiniones sin contrastar. Se componía de aseveraciones sin datos que las sustentase que escupían sobre las conclusiones de mis investigaciones. Por primera vez lo vi claro: la historieta, la trama, el relato, gana a la verdad. Puedes contar que se avecina el fin del mundo con datos irrefutables, que, si al lado relatas que en Australia, un canguro violeta está asesinando en serie a ancianos y lo revistes con buenos personajes, muy poca gente sentirá el más mínimo interés por el fin del mundo. (…) Esta deriva, que ahora comienza, puede suponer el fin del periodismo. La verdad, la realidad, deja de importar y el periodismo, cuya función esencial es la vigilancia, pasa a convertirse en literatura, en entretenimiento. Y para la injusticia, no hay mejor amigo que el entretenimiento, porque ambas se retroalimentan. ¿El presidente de una nación es corrupto? ¡Hagámoslo entretenido! Convirtamos la estafa y el fraude en una buena trama. ¿Qué conseguimos así? Uno, vender más periódicos. Dos, transformar lo inmoral en algo interesante y, por lo tanto, aceptable. (…) La indignación desaparece y lo que está mal, se convierte en algo normal. Las fronteras del bien y del mal se diluyen en el altar del entretenimiento”.
Esta frustrante situación, llevó a Simon a centrarse en la ficción como instrumento de transformación y denuncia y, claro, como trabajo con el que ganarse la vida. Si la gente no quiere datos, dales relato. La carrera de un periodista desconocido, empeñado en apegarse a la verdad y en vigilar a los poderosos, acabó transformándose en la de un prestigioso contador de historias, que, a través de la honestidad, la crítica y el compromiso, denunció, y sigue denunciando, las estructuras de poder con una crudeza y eficacia, verdaderamente admirables. O dicho de otro modo, el creador de The Wire consiguió con la creatividad, lo que no consiguió con la verdad. Pero Simon nunca ha dejado de creen en el poder de esa verdad.
Muchos años después, el ex periodista dejaba estas reflexiones al ser preguntado sobre el estado actual de la profesión que tanto amó:
“El lobo está en el gallinero. Los medios ya no quieren o pueden ser vigilantes de los que tienen el poder, porque los que tienen el poder han comprado a los vigilantes”
“Ya no se trata de que a la gente no le interese la verdad. No es solo eso. Se ha producido una segunda evolución, fruto de un periodismo que ya no quiere vigilar, sino vender: la gente no quiere información sobre lo que está ocurriendo, la gente quiere una confirmación sobre lo que ellos piensan. El periodismo se ha convertido en una especie de Netflix: queremos realidades a la carta. (…) “Oiga, puede que en el fondo sepa que no había armas de destrucción masiva en Irak, pero por favor, escríbame algo que justifique mi apoyo al partido republicano. Yo no quiero periódicos que me hagan sentir mal, quiero historias que me reconcilien con mis valores.”
“El periodismo se convierte así en un tornado de círculos viciosos. Si antes nos llevaba a replantearnos cada día nuestra escala moral, ahora solo nos lleva a reafirmarnos en lo que creemos que está bien. Pásese usted por las redes sociales y observe. Cada perfil es una especie de lugar estanco, de estado letárgico opinacional, al que solo acceden amigos y conocidos que piensan como nosotros y que nos dicen sí a todo lo que pensamos con un like. La gente usa la información, no para conocer la realidad, sino como argumento en forma de link con los que apoyar sus delirios. “Mira Mike, lo que yo creo es una columna de opinión o una noticia, yo tengo la razón, tú no”, como si el periodista que ha escrito esto no esté en nómina indirecta de alguna empresa y haya retorcido la realidad para justificar la invasión de Irak o el asesinato de JFK. Esto me parece curioso, porque la sociedad sigue teniendo esa percepción de que sus medios, los suyos insisto, dicen la verdad, que son paladines de la objetividad cuando, hoy más que nunca, el compromiso de la inmensa mayor parte de los periodistas es con mantener sus empleos, no con contar lo que realmente está ocurriendo”.
“Los grandes dueños de medios, sus consejos de administración, piensan: “¿Quién en su sano juicio usaría el periodismo para sacar a nuestros lectores de sus cómodos letargos? ¿Acaso no implicará eso un menor número de clics? Centrémonos en lo importante: colocar nuestros anuncios y dejar a la gente en paz con sus pensamientos. Si además, esos estados letárgicos favorecen los intereses de políticos que nos favorecen…¿a quién leches le importa la verdad?”