A vueltas con la condescendencia

Hace tiempo, alguien afirmó en una amena discusión política familiar, que Hitler era socialista. Semejante afirmación hizo detenerme en explicarle su error. Efectivamente, el partido nazi se hacía llamar partido nacionalsocialista obrero alemán. Pero que se hiciera llamar así no significa que lo fuera, no dejaba de ser una argucia al igual que facciones violentas de África, que no por hacerse llamar luchadores por la libertad son menos sanguinarios que el resto. Que algo se llame de una forma no significa necesariamente que lo sea y yendo a los hechos, el partido nazi realizó una auténtica purga asesinando a socialistas y comunistas del SPD (Sozialdemokratische Partei Deutschlands) y el KP (Kommunistische Partei Deutschlands) respectivamente. De hecho, tal y como dice la wikipedia: "Tras la toma del poder por Adolf Hitler y los nazis, las nuevas autoridades no tardaron mucho tiempo en prohibir el partido, que pasó automáticamente a la clandestinidad. Muchos de sus militantes y dirigentes fueron encarcelados por las autoridades nazis y algunos de ellos murieron en los campos de concentración."

La reacción a esa tranquila exposición de hechos y argumentación tuvo como respuesta una sonrisa mientras se me decía "Ay pobrecillo, qué cacao mental tiene el pobre" al tiempo que me echaba el brazo en el hombro y me daba un fraternal beso. Fue una actitud de condescendencia tan brutalmente directa y ofensiva que hasta me hizo gracia. Cuando en lugar de referirse a argumentos y razones calmadas y sosegadas, carentes de falacias, se apela a los sentimientos, emociones y convicciones, de una forma inexorable se acaba despertando un sentimiento de superioridad bien moral, bien intelectual, que desencadena en una actitud terriblemente condescendiente. Acabas oyendo que si es que eres tan cortito que no lo entiendes, que te lo explico más sencillito que pareces tontito, que si no fueras tan ignorante o más culto lo entenderías... -es decir, pensarías como yo-. Y eso me ocurre siempre, sin excepción, cuando hablo de política, independentismo, religión, feminismo...la culpa no es del tema o el lugar donde se habla, sino de los fanáticos. Cuando el fanatismo ideológico no entiende de razones sino de cuestiones de fe -algo que no es exclusivo de la religión- he comprobado que es sencillamente imposible no acabar siendo insultado por esa actitud que no trata de convencer o razonar, sino de imponer y juzgar. Suele ser esa gente que dice aquello de "...y aquí dejé de leer" en cuanto ven algo que no dice lo que quieren oír. Esa selección de información, imagino que no hace más que fortalecer la convicción de que se está en lo correcto.

Scott D. Weitzenhoffer decía en Evolution Vs. Creationism: An introduction (2004): "Discutir con un creacionista es como jugar ajedrez contra una paloma, apenas comienza la partida se para sobre la mesa, tira todas las piezas, se caga en el tablero y luego se va volando con sus amigas clamando que ganó.". La condescendencia no es más que eso, un recurso fácil y barato para romper la baraja y pretender llevar razón a costa de desacreditar a quien simplemente, no está dispuesto a pensar como tú sin argumentos de por medio.