Sobre el cadáver de la justicia de antaño: los gusanos de la lacra social

   En un lote baldío, lleno de hierbajos, paredes de ladrillo a medio hacer, casas de lámina, ropa vieja tirada y mucha basura enterrada en espinos aún silvestres se mira cómo se arremolinan las gentes de la colonia (si es que a eso se le puede llamar colonia) para ver –como si fuera un espectáculo- con morbo unos restos pútridos y mutilados de lo que fuera hasta hace una semana un ser humano, una hermosa chica.

 Luego llegan las patrullas y un camión del servicio forense, destinados a recoger el cuerpo y a jugar a que indagan sobre la evidencia del asesinato, a que “buscan atrapar a los asesinos” pero la gente de la colonia están como anestesiados, dopados en su conformismo agachón.

   Entonces la familia dolida exige virulentamente justicia por el secuestro de su hija, pues los malditos secuestradores de mierda ya habían recibido el rescate que pidieron, pero como (por los evidentes signos de putrefacción) ya habían asesinado y mutilado –después de haber violado- a la pobre chica, no quedaba más que esperar la jodida paga para aventar el destrozado cadáver a la “colonia” más jodida y marginada de aquella ciudad de provincias.

   Las exigencias de la familia dolida provocan una marcha, ya no nacional (las marchas nacionales por si mismas han demostrado ser inútiles), pero si local, en la que se plantan frente al palacio de gobierno de su ciudad para exigir justicia. Luego el alcalde da una declaración de que ESTA VEZ sí harán algo, que atraparán a los secuestradores, que se “hará justicia”.

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