Sus ojos han visto pasar muchos años. La mirada se le pierde y los pensamientos vuelan por distintas épocas, momentos, vivencias… las arrugas de su cara le dan un toque mágico, y parece salida de una historia antigua por lo blanco de sus cabellos.
Puede ser nuestra abuela, vecina o simplemente una conocida. Esta anciana siempre presta a contarnos una fábula, carga sobre sus espaldas el peso de la edad. Encausa a las nuevas generaciones por el buen camino, y aunque dicen que nadie experimenta por cabeza ajena, siempre los jóvenes la escuchan atentos.
En cada uno de nuestros barrios, quizás, viva alguien parecido a Clara, la señora de nuestra historia. Las personas de la tercera edad inundan nuestra cotidianidad. Llegar a esa etapa de la vida es un privilegio.
Poner nuestras manos en función de su bienestar es un acto humano y la tarea debe empezar desde cada uno de los hogares. La comprensión a los caprichos y exigencias de quienes peinan canas debe ser primordial para garantizar la felicidad y tranquilidad.
No olvidemos que sus manos alisaron cabellos en muchas ocasiones, secaron lágrimas en períodos de tristeza y ahora necesitan apoyo.
El corazón que palpitó con nuestra alegría y sintió por nuestros fracasos ya no es tan fuerte como antes y requerirá otro para latir juntos. Los cuidados prodigados en la niñez los reciprocaremos con mimos y atenciones.
Recordemos el cuento de la escudilla de madera; el niño motivado por el trato inadecuado de sus progenitores para con su abuelo confeccionó una vieja escudilla de madera para darles de comer a sus padres cuando llegasen a la vejez.
La moraleja está ahí. El transcurso de los años es implacable y llegaremos a ser ancianos. Nuestra fortaleza no será eterna y nos gustaría ser tratados con amor.
Entonces, después de brindar a la sociedad los conocimientos y haber pasado por la juventud, la ancianidad debe ser otra etapa de placer en la vida. Disfrutarla con tranquilidad en consecuencia con lo que hemos sido es lo que restará. Mantenerse en armonía con las personas a tu alrededor será gratificante.
Los jóvenes han de brindar bienestar a los ancianos. La casa es un espacio vital, pero la labor va más allá, al buen comportamiento fuera de esta.
Ayudar a cruzar la calle, leerles algún documento si les escasea la vista, mantener las reglas de educación formal, son acciones admirables.
A veces escuchamos proferir injurias por parte de las nuevas generaciones y otras no tan nuevas. Las incomprensiones suceden a diario y salirles al paso a la hora precisa aliviará tensiones existentes en situaciones incómodas. Resulta bien desagradable ser observadores pasivos de maltratos hacia quienes ya han vivido mucho.
El reloj marcha. Siempre podemos ser mejores personas. Ponernos en el lugar de los otros es una buena técnica. Pensar en cómo nos gustaría pasar nuestra ancianidad, hará respetar a los mayores. También ellos tienen todo el derecho a continuar siendo felices. Parte de esa misión depende de quienes en algún momento, seremos como ellos, y ya no habrá tiempo para arrepentimientos.