Las playas llenas, los chiringuitos completos, los alojamientos rurales sin espacio, las carreteras atestadas y 100% en todo lo que se pueda medir durante el puente de agosto. Aunque las imágenes veraniegas pudieran copiarse de un año para otro sin que nadie se dé cuenta, las informaciones esta vez parecen coincidir en que las cifras son superiores a las del año pasado y que los españoles han salido a veranear como si el mundo se acabara. Mi teoría no es que tengamos más dinero que nunca para gastar en vacaciones, sino que necesitamos esas vacaciones más que nunca debido a la presión, el estrés, la dependencia digital y la incertidumbre en la que vivimos todo el año, la cual nos hace privarnos de otros gastos, pero no del descanso estival.
No voy a poner en duda las cifras macroeconómicas, de hecho me creo que el paro haya descendido notablemente en estos dos o tres últimos años, pero cuando miramos la nómina sufrimos un revés importante. ¿Y para esto estoy aguantando yo lo que estoy aguantando? Es lo que se preguntan muchos cuando ven una cantidad, probablemente de tres cifras, en su cuenta bancaria, que poco a poco es engullida por hipoteca, luz, agua, seguros y gastos de todo tipo. Las condiciones laborales han ido en retroceso y la posibilidad de conciliación no mejora. Según la EPA, al concluir junio de 2019, había 1.447.400 ocupados con jornadas semanales por encima de las 50 horas. Pero no voy a ir a lo fácil y no me voy a limitar a las condiciones laborales y a la temporalidad que tiene a cada trabajador permanentemente en el alambre.
Este año, por trabajo, he pasado cada mañana por la ciudad de Granada. Podría ser una ciudad limpia y sostenible en un contexto extraordinario por la cercanía de las montañas más altas de la península, su amplia vega o por no estar muy lejos de la costa. Sin embargo, durante todo el curso, una fea nube gris ha estado posada sobre su casco urbano y el entorno metropolitano, con colas y colas de vehículos surcando una saturada circunvalación capaz de llenar de tedio a cada uno de los "granaínos" que salían cada mañana rumbo al trabajo. Pero para colmo, cada vez se hace más difícil dar un paseo por su casco histórico, atestado de turistas de todo el mundo que lo que hacen precisamente es ampliar ese trabajo temporal y de malos horarios para la gente del lugar, ya se sabe lo que es la hostelería… y aquí solo un ejemplo porque “Granadas” hay muchas en España y lo normal es que las buenas gentes de Granada cuando tienen unos días de descanso quieran escapar.
Añadimos a la presión laboral y ambiental, la influencia de las nuevas tecnologías en nuestras vidas que están haciendo que no desconectemos. No lo hacemos ni del trabajo, ni de los amigos, ni de la familia, ni de la actualidad y eso hace que cuando los meses se acumulan, las ganas de escapar de todo eso alcancen dimensiones cósmicas. Lo que no entiendo es que en cualquier lugar que pisamos sigue esa fiebre por publicar en los medios sociales todo lo que hacemos. Es como si el descanso no llegara sin gritar a los cuatro vientos que estamos descansando. Solo he visto unas cuantas cuentas que el 1 de agosto colgaron un cerrado por vacaciones y, hasta ahora, aún no he visto síntomas de vida: bendita desconexión para ellos.
Y sí, hay más vacaciones, o mejor dicho, más viaje, pero se gasta menos (el cazagangas veraniego ha sustituido al clásico chulito de piscina). Eso no lo digo yo, lo dicen las estadísticas. El consumo también es menor durante todo el año y aprovechando que precios de vuelos o alojamientos se han reducido por la competencia existente y la contratación online, todos queremos tener nuestros días de desconexión conectada destinando a ellos la calderilla que somos capaces de reunir durante al año. Y sí, los merecemos, claro que los merecemos y los necesitamos, pero ahora es necesario que sepamos aprovechar las vacaciones para descansar y no tanto para presumir de fotos en el caralibro y otros escenarios del desastre social.