No te doy mis datos personales

Hace unos años fui a un dentista que no era mi habitual. Antes de que me atendieran, la persona que estaba en recepción me ofreció un formulario para rellenar. Nombre, dirección, DNI, edad, sexo, estado civil, profesión... La información que me pedían me pareció escandalosamente excesiva y desproporcionalmente intromisiva. ¿Es necesario, para hacerse una limpieza de boca, dejar por escrito la profesión a la que uno se dedica, o si está casado, soltero, divorciado o viudo? Aquella vez tragué y, confieso que, inventándome más de un apartado, contesté y entregué el formulario, con una extraña sensación de sentirme violentado y obligado a ofrecer una parte de mi privacidad a espaldas de mi voluntad y sin ningun relación con el servicio que iba a recibir.

Desde entonces, cada vez que en algún establecimiento al que acudo a adquirir algún bien o servicio me preguntan por unos datos personales que no tengo por qué dar y considero totalmente innecesarios, contesto amablemente que con mi nombre y apellidos tienen suficiente o, directamente, me los invento. Las reacciones son de lo más diversas, en algunos sitios te respetan sin poner la más mínima objeción, en otros, se desencadena una lucha titánica de voluntades para conseguir extraerte información que para ellos debe ser de importancia vital, pero que no deja de ser un dato privado y personal que no hay por qué dar a nadie, se haga uso del servicio que sea o se adquiera el bien que sea.

En otro dentista al que acudí, rebotado tras el tercer grado al que me sometió el primero, también me pidieron todo tipo de datos personales. Al negarme, la cara de sorpresa fue mayúscula. Rápidamente, la persona que me los solicitaba, experimentada torcedora de voluntades con habilidades dialécticas forjadas en mil batallas, me explicó que era una mera formalidad y que no hacían nada con ellos. Como tampoco soy un púgil ante su primer combate, sino perro viejo mordedor y mordido, le contesté que, si no hacían nada con ellos, no hacía falta que le diera los míos. De cintura rápida, respondió al instante que era necesario el DNI para hacerme una factura, a lo que le respondí que no hacía ninguna falta, pues con el justificante de pago me era suficiente. Viendo la calidad de mi defensa, cejó en su empeño y prosiguió sus labores, dejando que yo hiciera lo mismo en la sala de espera.

Hoy me ha ocurrido un suceso un tanto más traumático que es el motivo de esta entrada. Tras ya muchos años batallando contra todo tipo de seres y estares en la contienda de no dejar que cualquiera obtenga una información que es personal y privada y nadie tiene por qué traspasar a ningún estamento privado si no es su voluntad, me he topado con una de esas personas que no solo pelean hasta el último aliento por obtener tu información, sino que además se molestan y tratan de manipularte con mentiras para conseguirla.

Por molestias musculares he acudido a un fisioterapeuta que me pillaba cerca de casa y al que las críticas ponían muy bien en Internet. Al llegar, el cuestionario de turno. - Por favor, rellénalo. Nombre, dirección, estado civil, DNI, profesión, email... Coño, ¿para recibir un masaje también tengo que dar mi correo electrónico? Relleno nombre y edad y entrego el formulario. La persona que me hace esperar y me proporciona con mano de aparente inocencia aquel papel inquisidor, me dice que me faltan datos por rellenar. - No te molestes, pero es que no tengo por costumbre dar datos tan personales como mi dirección y DNI. - De acuerdo, en breve pasas a la consulta. En la consulta me esperaba Torquemada. - Necesito que me des los datos que no has rellenado. - ¿Por qué? - ¿Cómo que por qué? El colegio de Fisioterapia nos lo exige. No es la primera vez que acudo a un fisioterapeuta y jamás me han exigido la dirección o el email y, mucho menos, el DNI, que solo es necesario para hacer una factura, no para dar un recibo, así que ese comentario ya me pone en alerta. - ¿Y para qué te pide el colegio de Fisioterapia mi dirección? - Pues mira es una exigencia para tratar a cualquier paciente y que ellos tengan un registro de a quién hemos atendido. Nadie pone problemas, pero si no me lo quieres dar no te puedo atender. El farol se veía desde Cuenca. - Pues nada, si no me puedes atender no me puedes atender. - A ver, que yo con esos datos no hago nada, pero tú imagínate que no te llamas como dice aquí, o que eres rumano. - ¿No atiendes a rumanos? - Vamos a ver, que es que tengo que saber a que persona estoy atendiendo, no sé si me entiendes... - Claro, ya te he dicho el nombre. - Bueno, pues mira, si no quieres no me los des y yo te atiendo pero hago como si no hubiera venido nadie. La cosa se ponía interesante, lo que era requisito indispensable hacía unos minutos se había convertido en un asunto secundario, por debajo del evidente beneficio económico. - Hacemos una cosa, te doy mis datos no pasa nada, pero me tienes que dar el formulario de protección de datos. - Claro sin ningún problema. Pero mira, que si quieres hacerlo así, pues tú mismo. No quedará constancia en ningún lado de que has venido y ya está. Transcurrida esta tensa y poco agradable conversación, me sometí a la sesión de fisioterapia más extraña que he recibido en mi vida, sin que se produjeran más intercambio verbales entre mi interlocutor y yo más allá de los estrictos y necesarios.

Sigo sin entender por qué hay gente que insiste tanto en obtener una información que es privada y que no necesitan para proporcionar el servicio solicitado y experiencias como esta me hacen querer continuar en la liza por parar esta intromisión en la intimidad de las personas con un objetivo que aún desconozco, pero que no aventuro limpio o inocente. Estamos acostumbrados a ceder continuamente en cosas aparentemente inofensivas pero que no tenemos por qué hacer. Valorar a un vendedor, responder a un cuestionario, dar nuestra información personal a personas y establecimientos que no la necesitan para nada... Yo me niego y me negaré, porque además no es obligatorio ni nadie se puede negar a darte un servicio (que no sea público) porque no le hayas dicho la dirección donde vives o tu cuenta de correo electrónico.