1) Datos fiables: a estas alturas deberíamos disponer de datos semanales en base a tests con muestras representativas de la población. Con metodología de selección aleatoria validada por el INE y homologada a nivel europeo por Eurostat.
Esos datos representativos no deben mezclarse con los tests que por motivos médicos se hagan entre población con síntomas o contactos cercanos. Ello solo crea confusión en las ratios obtenidas.
En dichos estudios continuos se podrían combinar tanto tests PCRs (% contagiados activos en cada momento), como serológicos (% han desarrollado anticuerpos). A una parte de la muestra se le podría incluso administrar un cuestionario para monitorizar el impacto a nivel individual (económico, social y psicológico) de la pandemia.
Para entendernos, sería como un estudio de seroprevalencia ampliado, y no con una gran ola en un momento puntual, sino de forma continua en el tiempo.
Referencia: con 10.000 entrevistas aleatorias el nivel de error máximo es de solo un +/-1%. Ello se reduce aún más cuando los resultados a estimar, por ejemplo '% contagiados activos' giran en la realidad entorno a niveles del 5% (en ese caso el margen se reduciría a +/-0.2%). Acumulando varias olas se pueden proporcionar datos precisos para CCAA con una población baja.
2) Prevención: el contagio por aerosoles se da ya básicamente por descontado.
Ello implica la necesidad de ventilar los espacios tan continuamente como sea posible. Los filtros de aire portátiles con HEPA y UV-C pueden ayudar a limpiar o desactivar partículas virales pero no son una panacea.
En ese contexto el uso inadecuado de mascarilla, especialmente en espacios públicos cerrados y concurridos, debería ser penalizado sin discusión.
El teletrabajo y la teleformación deberían ser las opciones por defecto en los empleos donde ello sea factible. Esto también reduciría al menos en parte la intensidad de uso del transporte público.
Neumólogos, otorrinos e incluso odontólogos deberían instruir a la población en hábitos sencillos de higiene de las vías respiratorias que puedan prevenir, o al menos reducir, la carga viral después de estar expuestos a ambientes de mayor riesgo (p.ej. tras visitas a hospitales, dentistas...).
En ese sentido, a la vista de la realidad actual, parece que no es demasiado conocido el hecho de que en la parte superior de la nariz (bulbo olfatorio) se acumulan hasta x700 veces más receptores de coronavirus que en el resto del sistema respiratorio. Esta información debe publicitarse insistentemente.
3) Tratamiento: la bibliografía médica ya existente junto a un estudio aleatorizado reciente (IMIBIC y Hosp. Reina Sofía de Córdoba) apuntan a la vitamina D como un factor clave en la regulación del sistema inmunológico.
En dicho estudio se ha comprobado que el suministro de esta vitamina reduce significativamente los efectos más graves de la Covid-19 (50% ingresados en UCI entre los que no recibieron el refuerzo vs. solo un 2% entre los que sí fueron tratados con dosis extra de vitamina D). La base del estudio es reducida pero los resultados son significativos y soportados por la literatura previa.
Tenemos una oportunidad única para aprovechar la campaña de vacunación gripal, especialmente en colectivos de riesgo, para reforzar las reservas de dicha vitamina D. Esta se reducen paulatinamente durante la época otoño-invierno por menor exposición solar lo que contribuiría a agravar síndromes respiratorios.
Como referencia: el coste comercial de una dosis de 20.000 U.I. (Unidades Internacionales), equivalente aproximadamente a la dosis inicial del estudio del IMIBIC citado, estaría en unos 0,25€ y cubre las necesidades del organismo durante más de 3 meses (existen dosis de choque para casos extremos de hipovitaminosis 10x superiores a esa).
Como esta vitamina favorece la calcificación (de hecho se puede usar contra la osteoporosis) sus dosis y/o administración en varias tomas deben ser supervisadas para evitar que puedan afectar por ejemplo a pacientes con cálculos renales.
4) Planificación social y económica
A estas alturas es evidente el grado de movilidad, expansión y persistencia del virus.
El desconcierto social, en parte como consecuencia de la discrecionalidad geográfica y la variabilidad de las medidas tomadas, y la incertidumbre económica podrían limitarse con un esquema más universal y simple como el siguiente:
Establecer periodos de actividad (manteniendo las medidas de higiene) seguidos cíclicamente de confinamientos de 'Fase 0' durante 15 días para reducir al mínimo el nivel de contagio social.
Referencia: en el desconfinamiento tardamos aproximadamente 8 semanas de actividad en volver a tener repuntes de mortalidad (datos MOMO entre principios de junio y finales de julio). Cualquier zona donde sus habitantes relajen sus medidas de prevención y se disparen en consecuencia sus indicadores por encima de los criterios establecidos a priori volverán al confinamiento domiciliario (en Fase 0) semanas antes que el resto.
Es vital que el máximo de zonas, todo el estado o toda la UE, se sincronicen para realizar los periodos de confinamiento fase 0 a la vez. Ello permite planificar económicamente el ciclo y evitar el movimiento del virus durante los mismos.
5) Estudio de efectos a largo plazo
Debería constituirse, si no se ha hecho ya, un comité de expertos en la UE que estudien sin más dilación los efectos de la Covid-19 a largo plazo, haciendo un seguimiento pormenorizado de aquellos pacientes que después de meses de padecerla no han conseguido recuperarse completamente.
Se deben intentar establecer qué características comparten dichos pacientes y su reversibilidad o, alternativamente, analizar los impactos previsibles a 2-5 años de esas secuelas tanto a nivel individual como en los sistemas de salud.
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Estas propuestas las escribí hace pocos días. Entonces eran inasumibles.