El proceso de la diálisis es conocido entre aquellos con patologías renales severas. Ante la incapacidad del riñón para limpiar de forma regular las toxinas que se van acumulando en la sangre del paciente, este se somete a sesiones periódicas de hemodiálisis que las puedan eliminar. Todo ello a la espera de una solución más definitiva ligada, cuando es posible, a un trasplante.
Se trata de un tratamiento imperfecto e incómodo, pero absolutamente imprescindible para mantener la actividad cotidiana, y de hecho la vida, del afectado.
La situación actual con el Covid-19 muestra parelismos con la de un cuerpo que sufre un proceso de intoxicación progresiva para el que no tiene un tratamiento totalmente efectivo.
Si para el caso de las patologías renales es la solución vía transplante la que se puede demorar meses o años, para el caso del coronavirus es su vacunación la que no va a estar disponible de forma inmediata. Parece que en el caso de las vacunas, en cuanto a su rapidez, seguridad y eficacia, podemos escoger como mucho dos opciones y no más.
A fecha de hoy, segunda semana de octubre, la pandemia ha tomado nueva fuerza, en España y en varios países de Europa (Francia, UK, Bélgica, P.Bajos, R.Checa) Ante las reticencias a limitar el movimiento, dentro y fuera de los distintos territorios, el virus ha vuelto a circular sin demasiados impedimentos. La falta de una recogida de datos sistemática, representativa y fiable, como apuntaba ayer mismo The Lancet o hace unos días la Prof. Rosa Crujeiras del Comité Español de Matemáticas, solo puede generar más confusión en la toma de decisiones.
Una vez se ha disparado el contagio comunitario las acciones puntuales de cribado local con tests intensivos, trazado de contactos y aislamiento persona a persona se ven desbordadas y son ineficaces. El virus pasa, por méritos propios y ajenos, a formar parte del escenario a medio plazo, y quizás a largo también como ya advierte la viróloga del CSIC Margarita del Val. Se requieren soluciones globales y planificadas que aborden de forma sistemática la cuestión.
Una vía de control pasaría por adoptar la misma aproximación que los enfermos renales y la diálisis, en concreto, realizar sesiones de confinamiento domiciliario acotadas, la 'distancia social' en su sentido más estricto, de forma programada y cíclica. Una idea similar, con ciclos mucho más cortos, la expresó al inicio de la pandemia por el Prof. Uri Alon de Israel, aunque en su país parece que nunca se llegó a aplicar.
Tentativamente podríamos estar hablando de 2 meses de actividad seguidos de 2 semanas de confinamiento (2M+2S) reiniciando el nivel de contagios y evitando el colapso del sistema sanitario por la evolución exponencial de la pandemia y el económico, entre otras, por la incertidumbre que genera la misma.
Hay 3 grandes claves para el posible éxito de esta aproximación:
- Conseguir que el máximo de territorios se coordinen para realizar el confinamiento al mismo tiempo y evitar posibles movimientos del virus entre unos y otros. Se evitarían también las tensiones entre diferentes gobiernos y localidades por supuestos tratos discriminatorios.
- Disponer de un calendario previsible de confinamientos permite a los negocios prepararse para el teletrabajo o, aquellos presenciales, anticipar o postergar algunas tareas en función de ello. Lo mismo aplica para las escuelas, institutos y centros de enseñanza superior.
- Sustituir el caos y la confusión actual integrando lo anómalo de una situación que parece que se va alargar meses (o años) en un patrón previsible debería permitirnos recuperar, al menos en parte, el control en forma de rutinas de actividad+confinamiento.
La combinación temporal de semanas de actividad/confinamiento debería ser estudiada, en su caso, por los epidemiólogos a la vista de la mejor información disponible aunque las bases de lo propuesto se exponen a continuación.
¿Por qué 2 meses + 2 semanas?
Empezando por el final, es decir, por el periodo de confinamiento: según este estudio 14 días parecerían razonables para que una inmensa mayoría (95%) de los contagiados sintomáticos fuesen detectados mientras estuviesen confinados. Prolongando para ese colectivo su cuarentena el tiempo necesario.
De hecho el 50% de los contagiados muestran un periodo de incubación inferior a los 5.5 días y, una vez aparecen los síntomas, su capacidad de infectar a terceros se mantiene en niveles muy elevados durante los 5 días posteriores a esa aparición. A partir del día 10 posterior al primer día de síntomas la capacidad de transmitir la enfermedad entra en niveles muy inferiores.
En cuanto al número máximo de semanas razonables de actividad previas a cada confinamiento es aún más difícil de establecer.
Si tomamos como únicos datos fiables los del MOMO (exceso de mortalidad respecto a años precedentes) y como punto de referencia de salida del confinamiento domiciliario la primera semana de junio (aunque al ejecutarse por fases y CCAA es más difícil establecer ese momento) podemos ver que la curva de fallecimientos vuelve a situarse por encima de la mortalidad normal justo a finales de julio (p.ej. 29/julio: 1.184 real vs. 1.041 estimada -> +14% de mortalidad).
Ello nos daría aproximadamente 2 meses de margen, quizás menos si pensamos que esas muertes se producen unos 14 días desde el primer síntoma. Por tanto ese periodo habría que estimarlo con mucha más precisión, en base a otros países y estudios, por parte de los expertos en salud epidemiológica.
Mientras intentamos mantener el control con este tipo de esquemas cíclicos u otros más óptimos por supuesto se seguirá avanzando en diagnóstico (tests rápidos que eviten contagios en escuelas, oficinas o espacios de ocio -no nos falta ni siquiera la opción del grafeno -), en diversas vías de tratamiento (antirretrovirales, corticoides, anticoagulantes, hormonas, minerales, vitaminas… ) y en el desarrollo de vacunas seguras y eficaces. Llegará el momento en que podamos olvidarnos de este tipo de soluciones y de todo el tiempo y la energía perdidos discutiendo mientras la gente se contagiaba.