El pacto con el Diablo a cambio de cualquier bien presente, y por tanto efímero y pasajero, es absurdo. Sólo pacta con el Diablo aquel que no comprende la naturaleza del Tiempo; aquel que piensa que esta vida es la única vida, y, a la vez, que no lo es. He aquí una contradicción evidente. En este proceso psicológico de carácter ritual, de lo discreto nace el continuo por una mera rotación sobre sí mismo. La Mónada se ve atrapada en la paradoja de Banach-Tarski.
Dada una esfera en el espacio tridimensional, existe una descomposición de dicha esfera en un número finito de conjuntos disjuntos tales que pueden ser recompuestos de modo que el resultado sea dos copias idénticas de la esfera original. El proceso mediante el cual se obtiene dicho resultado utiliza sólo las operaciones de rotación y traslación.
Además, quien pacta con el Diablo con certeza pierde su alma:
En primer lugar, por creer en la existencia de la misma sin evidencia empírica, siendo entonces ilusoria, y a pesar de ello utilizarla como medio de intercambio en un tratado comercial con la Nada, a cambio de nada.
En segundo lugar, dado que demostrar la no existencia de un ente cualquiera es imposible, si ésta existe, de nuevo, es utilizada como medio de intercambio en un tratado comercial, en este caso con una entidad cuya naturaleza es abolutamente desconocida.
Una irónica consecuencia de todo esto es que sería posible imaginar un estado de las cosas en el cual la única vía para alcanzar un hipotético Paraíso fuese vender el alma al Diablo, dado que al ser desconocida su naturaleza, ésta bien podría ser idéntica a la de Dios.
ZMJ