Hola que asen. Soy Sagitario y soy un hombre de 32 años que se siente atraído tanto sexual como románticamente por otros hombres, esto viene a ser lo que comunmente conocemos como gay, homosexual o en tiempos de Franco maricón. Quisiera también aclarar (pues tiene cierta importancia para el relato que viene a continuación) que tengo la suerte de ser de esos gays que no lo parecen, es decir, no intuirías que soy gay a no ser que hable de mi marido. Y digo suerte, no porque este tipo de gay sera mejor que cualquier otro tipo de gay, sino porque esto ha evitado que sea objeto de burla y atacado indiscriminadamente por mi condición sexual en épocas duras como el instituto.
Vengo a compartir una anecdota con vosotros. Si bien es corta, hay cierto aprendizaje en él y es cuanto menos curioso.
Hace unos cinco años, cuando yo todavía era soltero, me vine a Madrid por primera vez. Tenía entendido que aquí en Madrid todo el mundo era muy abierto de mente, y es cierto que nada más pisar ciertos barrios céntricos empecé a ver parejas del mismo sexo, personas vestidas de manera que solo había visto en animes, e incluso en mi primer fin de semana en la capital me crucé con una persona transexual, a la cual estuve tentado de pedirle una foto por la novedad, pero pensé después que quizá podía sentirse ofendida, al ser tratada como un animal de zoo.
Además, al contrario de lo que sigue pasando en mi pueblo, las marujas no se dan la vuelta cuando ven a una de estas parejas del mismo sexo pasar. Aquí a la gente le daba igual, las personas lgtb estaban completamente integradas. Me quedé maravillado.
A lo que voy. Yo me había apuntado a un cursillo intensivo de dos semanas para sacarme una titulación complementaria a mi carrera. En este cursillo había mayoría de alumnas chicas, ya que es una rama profesional donde normalmente suele haber más mujeres interesadas que hombres (aunque como todo, esto también va cambiando). Yo siempre he sido una persona muy reservada, por aquello de no dejar entrar a nadie en mi vida lo suficiente como para contarnos cosas, y tener que callar mi condición sexual por miedo a su reacción. Es más fácil pasar desapercibido cuando se es personaje secundario, incluso en la vida de uno mismo. Por lo tanto, también en este cursillo me costó hacer confianza con nadie, y supongo que eso me dio cierta fama de antipático. Suele pasar.
Total. Terminando ya el cursillo, casi el último día de clases, la profesora trae como invitado a un chico guapísimo que es profesional y que hizo el mismo cursillo hace dos años, para contarnos un poco para qué le ha servido. Resulta que esto sucede en un día donde cierto músico (que ni recuerdo) toca en Madrid, y que casualmente coincide con la ausencia de casi la mitad del alumnado a clase. Por lo tanto, al ser tan pocos en clase, yo me siento especialmente cómodo, y más en la presencia de aquel chico tan guapo que encima desde el primer momento se dirige a mí con una sonrisa encantadora.
Tras una sesión formal, la cosa se vuelve un poco más coloquial. Varias chicas aprovechan para empezar a lanzar la caña de manera disimulada, y yo noto que el invitado está especialmente incómodo. O está ennoviado, o es gay, pienso. En un momento dado, una de las chicas dice la siguiente frase:
"¿Y hay muchas chicas guapas donde trabajas? ¿Te gusta alguna?"
Y yo, casi de manera automática y por un impulso que aún a día de hoy sigo sin entender cómo vino a mí, añado a esa pregunta:
"O chico, vamos. Que aquí ninguno te hemos preguntado por tus preferencias y podrías ser gay tranquilamente."
Aquello es lo que hace estallar a la clase. De pronto es como si hubiera lanzado la manzana de la discordia. Empiezo a escuchar miles de reproches que se elevan por la frágil voz del invitado, cuya respuesta queda ahogada por aquella estampida de réplicas. Lo raro viene a continuación: Entre estas réplicas exaltadas, se funden con perfecta sincronía dos corrientes que en realidad son opuestas.
Por un lado, están pro-lgtb que se han ofendido porque se creen que me estoy metiendo con el chaval:
"¡Qué típico! ¿Porque es chico y se dedica a X, tiene que ser gay? ¿A caso tú eres gay?"
"¡Que hoy en día se siga usando gay como insulto... ¡De verguenza!"
Y al mismo tiempo, por otro lado se manifestaron los que consideraban que ser gay era algo malo y que estaba insultando al chico al suponer que podía ser gay, vamos los anti-lgtb.
"¡A ver a quién llamas maricón!"
"¿Qué coño te pasa? ¿Es que todos los X tenemos que ser maricones? Que un X mismo sea el que lo insinúe..."
Vamos, que magistralmente había conseguido ofender tanto a los pro-lgtb como a los anti-lgtb como un simple comentario. Deberían darme una medalla por ello. Desgraciadamente para mi vergüenza, tuve que salir del armario para calmar las aguas.
"A ver, que soy gay. No estoy insultando a nadie. Simplemente cuando ella le ha preguntado si hay alguna chica que le gusta, he pensado que el chico podría ser gay como yo y que tendríamos que tenerlo en cuenta."
Total. El invitado rojo como un tomate. La profesora abochornada. Y un silencio sepulcral donde casi literalmente pude ver los cerebros de mis compañeros funcionando a mil por hora para intentar entender lo que acababa de pasar. Los que se dieron cuenta de su mal entendimiento, se callaron como putas. Los homófobos también, y esos dejaron de saludarme.
Una anécdota bonita que a pesar de todo no consigue empañar mi buen recuerdo de Madrid y lo bien que me vino aquel cursillo después, ya de profesional. Pero no deja de parecerme fascinante que la simple sugerencia de que alguien pueda ser gay, iniciara aquella tropelía de ataques, donde unos se sintieron ofendidos porque se pensaron que solo puedes llamar a alguien gay como insulto, y otros se sintieron ofendidos por sugerir que alguien podía no ser heterosexual.