Haciendo mención a la célebre frase de un tal Paul Éluard, poeta francés del siglo pasado, “'Hay otros mundos, pero están en éste”, tan mencionada por personajes televisivos como Iker Jiménez o Javier Sierra, hablaré aquí de dos de ellos que pasan desapercibidos porque apenas los vemos. La ventaja es que son tan tangibles como las palabras que estás leyendo ahora, y de los que vale la pena mirar, aunque sea un momento.
Por un lado nos encontramos con un mundo que está hecho a imagen y semejanza del pensamiento humano. Ese mundo en el que convivimos todos los días y donde en sus zonas habitadas, las ciudades se han ido estableciendo una serie de estructuras, normas y leyes creadas por el ser humano.
No quiero hablar de ideologías, o si nuestro sistema está fallido, o de cualquier otra cualquier crítica buena o mala que se pueda hacer de él, si no de ver cómo es ahora mismo el panorama que nos rodea, ese mundo hecho por el ser humano, de forma inspirada o no.
Un mundo establecido con tantas convenciones que a veces creemos que han venido caídas del cielo: La actual medida del tiempo, la división de meridianos y paralelos del planeta, las actuales fronteras, el intercambio de bienes a través del dinero, las instituciones públicas, las empresas privadas, los servicios de luz, agua, limpieza, seguridad, etc., las organizaciones mundiales… En definitiva todas esas estructuras que nos rodean hoy en día y que vemos con tanta normalidad, pero que en tiempos pasados, o en otros lugares, son vistas tan valiosas, y de las que nosotros, cómo no podía ser de otra forma, nos hemos acostumbrado casi sin darnos inconscientemente.
Un mundo donde hemos adaptado un sinfín de realidades a esas convenciones humanas: Los animales domésticos, nuestra alimentación, el diseño de las ciudades, los vehículos privados, los precios y horarios de otros medios de transporte, el sistema de educación y de empleo, cuáles son las zonas verdes y cuáles no, la gestión de los recursos naturales, el formato de las viviendas, etc.
En cada país o cultura puede que veamos sutiles o grandes diferencias, pero también es cierto que con una globalización cada vez más extendida esa diversidad se va achicando con el paso del tiempo. A veces con ventajas: La normalización de las medidas y tamaños de cualquier cosa, desde el tamaño del papel hasta el funcionamiento de internet pasando por las vías del tren, o la facilidad de viajar y conocer otros sitios del planeta dentro de unos mínimos aceptables por todos, por ejemplo. Y por supuesto que no podemos mirar a otro lado respecto a sus desventajas, como la posible pérdida de culturas y tradiciones, que si no las cuidamos pueden desvanecerse solas.
Es en este mundo llena de convenciones donde nos desenvolvemos en el día a día, donde podemos adquirir o no cualquier tipo de bien, donde nos organizamos para ir a nuestro lugar de trabajo, donde establecemos unos horarios que nos den una cierta estabilidad, donde creamos sitios y momentos para convivir y aprovechar nuestro tiempo libre, etc. Pero donde cualquier cambio puede ser dramático también, y no me refiero solo a los acontecidos en las guerras, si no desde lo más trivial, la adoración que le otorgamos a los fines de semana por ejemplo, hasta la transformación de muchas realidades más complejas que vemos incluso obsoletas, pero que con el paso del tiempo, y menos mal, se van dando respuestas.
Por ejemplo es curioso cómo la aviación se inició apenas hace 100 años de forma rudimentaria y hasta romántica, y cómo en pocas décadas se han ido estableciendo todos los parámetros conocidos con vehículos increíbles, pero que sorprendentemente no han cambiado sustancialmente desde los años 70. Y pasa lo contrario con el mundo de la información, sobre todo con los periódicos, que han pasado de ser algo que estaban en cualquier sitio, a que hoy en día sean casi algo exótico dado que la gran mayoría tiene lo que quiere saber en su mano hoy en día gracias al móvil. Aquí el avance de la tecnología si ha sido proporcional con el de la información, y casi cada día vemos un paso más hacia adelante.
Otro tipo de realidades no han cambiado a penas, y aquí es donde sentimos esa impotencia de por qué unas cosas cambian tan rápido y otras no. Cambios que hagan, por ejemplo, que nuestro planeta sea realmente sostenible con el paso del tiempo.
Habrá convenciones que será más difícil que veamos una modificación, como es la organización del tiempo, con sus años, meses y semanas o sus segundos, minutos y horas. Puede que en otras convenciones si veamos cambios poco a poco, como es en el uso del dinero, gracias también a los avances en la comunicación.
Y es en ese mundo es donde podemos perdernos, donde podemos empezar a identificarnos con las cosas, donde podemos caer en el riesgo de hacer que algo abstracto sea tomado como algo personal. Puede pasar con cualquier cuestión de las antes comentadas, y si hablamos de política mejor no digamos nada. En un mundo donde está ya todo tan establecido es difícil no apegarse a tantas realidades con las que hemos ido creciendo y no queremos cambiar, o al contrario, queremos cambiar a toda costa.
En cambio, y menos mal, hay otro mundo donde el tiempo discurre de otra forma, donde nos damos cuenta de lo importante que son las personas, sobre todo de aquellas que más queremos. Donde nos damos cuenta de cómo cualquier otra cosa se convierte en un simple medio al que no darle tanto valor sin dejar de disfrutarlo, y donde nos damos cuenta de lo importante que es nuestro planeta. Es en ese mundo donde más nos parecemos a esos lugares tan equilibrados que existen en la naturaleza, que nos deslumbran cuando vemos tanta armonía entre el sitio, los animales, la plantas y el clima, incluso en zonas totalmente inhóspitas para el ser humano.
Es en ese mundo donde palabras como estrés o cansancio pierden importancia porque estamos desarrollando nuestra vida en sintonía con el resto de personas y del mundo. Donde comprendemos más a los demás en vez de juzgarlos y donde percibimos que las cosas que realmente importante son muy pocas.
Es ahí donde viene el esfuerzo de convivir entre esos dos mundos. De que lo que poseemos también lo tengan los demás, que nuestra felicidad, si la queremos realmente plena, está inevitablemente unida con la de los demás. Donde en resumen la solidaridad se convierta en un modo de vida.
Volviendo a la realidad es bonito por ejemplo organizar un viaje, que sitios vas a conocer, cuando irás, etc. pero que puede convertirse en una pesadilla si no lo disfrutamos porque nos quedamos en las convencionalidades y en detalles que no llegan a nada, cuando le damos importancia a cosas que quizás no la tengan tanto. De ahí que en este momento me acuerde de aquella frase que dice algo así que la vida es como el jazz, que lo mejor es improvisar. Pero vamos, que también es bonito, e imprescindible para casi cualquier cosa, saber organizarse.
Y regresando a ese mundo que está ahí pero que apenas observamos y disfrutamos. Quizás porque es tan sencillo que nuestra mente lo encuentra aburrido. No caigamos en el aburrimiento y mejor seamos conscientes de esos dos mundos que tanto nos cuesta cuidar. No seamos unos simples granitos de arena más en ellos si no que pongamos nuestro granito de arena en los dos, y todo por nuestra felicidad. Menos mal que siempre nos quedará el arte que nos harán redescubrir uno u otro mundo, o la de esas personas que con sus ideas y sus obras en la sociedad civil nos hacen percibir mejor lo que nos rodea, y que en definitiva nos hacen ser más sensibles ante estos dos mundos que siempre nos esperan.