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Cuando el Papa Ratzinger se reunía con la Curia para notificar algo incómodo lo hacía en latín, porque sólo el veinte por ciento de los cardenales le entendía y, por ende, terminaban cabreándose. Más de uno, mientras anunciaba su dimisión, estaba literalmente dormido. Puede ser cierto que le faltara tacto, incluso que tuviera ideas retrógradas o anquilosadas, pero era listo y estudioso. Da la sensación de que se retiró sin ser del todo comprendido. Sucede algo parecido hoy en Italia.