El doble, ya lo decía Freud, nos acerca a lo siniestro. Por eso nos fascina. Es el Otro imbuido en nosotros mismos, capaz de destaparnos deseos y miedos. Un Yo oculto que a veces nos asalta tras la frágil cortina de una ducha en el solitario motel de Norman Bates. O nos sorprende superando la dualidad para convertirse en trío, como en aquellas caras de Eva que encarnara Joanne Woodward. Hasta pueden llegar a ser multitudes, aunque sean fingidas. Fue así como Lon Chaney se ganó el sobrenombre del hombre de las mil caras […]