Un sucio opiáceo de síntesis, que cualquier imbécil podía producir con cuatro perras en un asqueroso laboratorio, se había llevado a lo mejor, y a lo peor también, de nuestra generación. No en la California de Jim Morrison, no en la Nueva York de Jimmy Thunders. Aquí. Camino de cualquier mugriento asentamiento de camelleo en la inmediata periferia madrileña.