Unos chefs británicos han desatado un escándalo moral a partir de su original propuesta. Han deconstruido el espárrago, y tras someterlo a procesos que escapan a la comprensión de cualquier paladar hambriento, han obtenido unos polvos sospechosamente parecidos a la cocaína. Y no contentos con ello, han decidido ofrecerlo a los refinados comensales de su restaurante en forma de rayas, cuidadosamente cortadas sobre cómodos espejos rectangulares, para ser esnifadas con un turulo de diseño.