Se acercan las ocho y media de la mañana y Natalia Chekanova está ya con los cascos frente al ordenador, esperando a que se conecten sus alumnos. Se ha maquillado un poco para disimular el cansancio de otra noche larga sin dormir por el sonido de los bombardeos, ráfagas de obuses y sirenas antiaéreas, pero sus pronunciadas ojeras la delatan.