Ayer, al oír del asesinato de Inaxio Uria, a usted, como a mí, se le habrán agolpado un montón de preguntas en la cabeza. Pues bien, le ruego que no intente siquiera contestarlas. Porque, desde el mismo momento en que comience a buscar respuestas, habrá entrado en el juego que plantean los asesinos. Para eso matan. Para que los demás nos enredemos preguntándonos por qué lo hacen y nos enzarcemos en respuestas contradictorias.