"El que entra aquí ya no sale", relata una de las mujeres que coge el teléfono de la sala de inadmitidos de la Terminal 1 del aeropuerto de Barajas y que rechaza dar su nombre. Le pasa el auricular a Judith (nombre ficticio), una joven venezolana que lleva 48 horas en esa estancia, a la espera de subirse al avión con el que pondrá fin de una forma precipitada a las vacaciones que le han durado tres escasos días.
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