Roman Stashkov camina una tarde de sábado por San Petersburgo. Un puntito más, un campesino humilde perdido por las calles de la hermosa ciudad rusa. Su estampa es casi la de un vagabundo. Era noviembre de 1917. En aquel momento la ciudad se llamaba Petrogrado y una revolución estaba naciendo para cambiar la historia de Rusia y del siglo. En ese momento está concentrado en cosas más importantes: encontrar la estación de tren para volver a su pueblo. A esa hora las calles están casi desérticas. Se acerca un coche que se ofrece a llevarle.
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