El cine de terror y suspense nos ha mostrado en muchas ocasiones cómo una simple llamada de teléfono puede ser el peor de los terrores psicológicos. Las hay de muchos tipos y probablemente las amenazantes bajo el amparo del anonimato sean de las más crueles. Por eso el caso real ocurrido en 1980 es todavía más perturbador. Una llamada que se repitió durante años y que no se dirigía a la víctima, sino a aquellos que sufrieron su desaparición. No había ningún patrón que seguir, ni siquiera una hora o momento en el que pudiera estar atenta...
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