La parte más estrafalaria del testamento es la que decía que todo lo que tenía invertido debería ser vendido una década después de su fallecimiento y el dinero en efectivo se le tendría que entregar a la mujer que residiera en Toronto y tuviese más hijos en el periodo de diez años. Esto provocó que cuando se conoció estas últimas voluntades de Charles Millar fueran docenas las mujeres que se lanzaran a quedarse embarazadas y dar a luz sin parar, aumentando considerablemente la población de Toronto a lo largo de aquella década.
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