Ya desde época de Constantino, el imperio romano oriental, en que el cristianismo era mucho más fuerte que en el occidental, Constantinopla o Bizancio estuvo presidido por arduas y a veces violentas disputas. Los cristianos estaban divididos en numerosas sectas, cada una de las cuales difería en puntos de la creencia. Detrás de todo ello también subyacían fuertes disputas de poder, que intentaban dirimirse por el supuesto hallazo de la razón.
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