A principios del siglo XX, las herramientas de la medicina eran escasas, y debían aprovechar las que ofrecía la naturaleza, siendo el sol una de ellas. Muchos hospitales y sanatorios sacaban las camas al exterior, porque sabían que el sol ofrecía curación. En un mundo sin antibióticos, el sol era una de las pocas estrategias conocidas contra enfermedades como la tuberculosis. Hoy sabemos que la luz solar refuerza por ejemplo nuestra inmunidad innata, ayudando a combatir la bacteria causante de la tuberculosis.
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