En el siglo transcurrido tras su muerte en batalla, los hijos y nietos de Gengis Kan –fallecido hacia los 70 años– expandieron sin cesar el Imperio por él creado, ampliando sus fronteras desde las orillas del Pacífico hasta el corazón de Europa. Al final terminó por hundirse, sin dejar tras de sí ninguna ciudad duradera. La tumba perdida del caudillo se convirtió en una leyenda, tanto dentro como fuera de Mongolia; según el folclore mongol, si alguna vez se turbara el descanso del gran soberano el mundo se acabaría.