La mayoría de las mujeres que históricamente se dedicaron a la prostitución, lo hicieron en condiciones muy difíciles, a menudo forzadas por sus posibilidades o siendo explotadas para el beneficio de otros, entrañando un gran riesgo para su salud física y emocional, y rodeándose de un ambiente oscuro, sórdido y frecuentemente violento. Pese a que esta realidad es conocida, socialmente siempre ha persistido una cierta hipocresía en torno a esta práctica; autorizándola por una parte y condenándola como algo socialmente inaceptable por la otra.
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