La muy extendida creencia en la correlación inversa entre el placer y la salud determina las características morales que atribuimos a las comidas que consumimos y a nuestras opciones de estilo de vida. En esta perversa economía del placer, solo es posible alargar la vida a través de la renuncia al hedonismo, de la misma manera que los moralmente virtuosos renunciaron a los placeres de la carne para acceder al paraíso en tiempos más religiosos que los nuestros.
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