Dice la sabiduría popular –la de mi abuela era infinita– que dura poco la alegría en la casa del pobre. Yo sé poco de alegrías –esta pertinaz crisis da poca opción a verbenas–, pero, al menos, sí he podido documentarme sobre unas células milagro que pudieron revolucionar el concepto de terapia celular a corto plazo y, sin embargo, no pasaron de culebrón nipón de verano. Las dos caritas de su protagonista, Haruko Obokata, investigadora del Centro de Biología del Desarrollo (CDB) del Instituto RIKEN de Japón, no dejaba lugar a dudas.
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