La paradoja más grande de Vermeer es que aunque se “nos escapa como ser humano, es justamente la dimensión humana de su arte lo que más ha conquistado en primera instancia a los contempladores, incluso antes de reparar en su maestría técnica”, afirma María Cóndor.Y es precisamente esa sensación de intimidad, de calma, lo que atrae al espectador porque siente que forma parte de esa escena. Además, sus obras también ayudan a conocer cómo era la vida cotidiana de la Holanda seiscentista.
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