Que todo nuestro actual sistema de valores (la dignidad, la equidad y la justicia, la solidaridad, la paz, el respeto por el diferente) haya surgido junto a la subjetividad más ciega, los deseos más egoístas, la opresión de mujeres y esclavos, la guerra, la persecución y el expolio, es una amarga ironía, pero también una esperanza de progreso. Quiere decir que algo hemos aprendido y que, tal vez, los ideales de una civilización pueden, y deben, trascender su origen. Algo que ocurre siempre que en ella se profundiza en la idea de universalidad.
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