Los registros romanos, así como la evidencia arqueológica, nos muestran que los celtas contaban con impresionantes fortificaciones ubicadas en lugares estratégicos de difícil acceso. Construían sus ciudades en las crestas de las montañas y al abrigo del bosque, para impedir ser vistos desde lejos y camuflarse del enemigo si se les rastreaba. Sus fortalezas eran prácticamente infranqueables y en la actualidad aún podemos encontrar restos de pueblos amurallados en el norte de España llamados “castros”.
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