Desde las sociedades primitivas el hombre trató de curarse de las enfermedades empleando los productos que la naturaleza le ofrecía. En esos orígenes terapéuticos, la intención de esa farmacia simbólica y sagrada era apaciguar al dios o demonio causante de su enfermedad punitiva. Mediados por el brujo o el mago, se conciliaba estos productos con el rito y la magia, y no necesariamente basándose en la virtud curadora por sí misma de la planta escogida, mineral o animal.
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