Recuerdo que cuando llegué a la Universidad de Wuhan, allá por septiembre de 2011, la oficina de estudiantes extranjeros invitó a una comitiva de la policía local para que nos informase a los recién llegados sobre lo que no nos convenía hacer como residentes en la República Popular de China. Todavía resuena en mí memoria la insistencia con la que nos avisaron de la ilegalidad del proselitismo religioso.
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