Roma, en pleno apogeo de su expansión territorial, necesitaba un puerto que pudiera manipular un volumen de tráfico marítimo en constante crecimiento, asegurar el suministro de bienes y protegerse mejor contra las inclemencias del tiempo. Esto quedaría patente durante el reinado de Trajano (años 98 a 117 d. C.), cuando la arena depositada amenazó con dejar inservible el puerto, razón por la que fue inevitable acometer una serie de obras para solucionarlo.
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