Miguel de Cervantes (1547-1616) llevó una vida tan fascinante como los personajes de sus obras (...) En uno de esos viajes, probablemente durante una de las crecidas del río Ebro, se acercó a Alcalá de Ebro, un lugar que en ese entonces podría haber parecido una ínsula, un término antiguo que describe una especie de isla. Esa impresión de los paisajes ribereños quedó grabada en su memoria, y años después, cuando ya era un hombre mayor, la evocó en la segunda parte de «Don Quijote», publicada en 1615, solo un año antes de su muerte.
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