He conocido a un nazi. No a uno joven al que le gusta tatuarse esvásticas, calzarse botas y echar las culpas de todo a los emigrantes para dar el cante sino a uno de verdad, una persona ya anciana, relativamente famosa y que ha sido perseguida judicialmente –ha pasado casi 10 años en la cárcel, sólo la mitad de ellos por actos de cierta violencia en su juventud- en su país, Austria, por publicar libros negando el Holocausto
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