En la década de 1920, Westinghouse Electric & Manufacturing Company se convirtió en el principal fabricante de robots del mundo por casualidad. Nadie allí tenía intención de construir un robot, ni pensó que hacerlo fuera algo más que una pérdida de tiempo. Entonces, a uno de sus empleados se le ocurrió un ingenioso artilugio. Descubrió que enviando tonos de sonido por un cable telefónico se podía activar una máquina en el otro extremo, encendiéndola o apagándola, o enviando de vuelta otra serie de tonos con información sobre el sistema.
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