El verano de 1914 seguiría siendo igualmente inolvidable sin el cataclismo que descendió sobre tierra europea, porque pocas veces he vivido un verano tan exuberante, hermoso y casi diría... veraniego. El cielo, de un azul sedoso noche y día; el aire, dulce y sensual; los prados, fragantes y cálidos; los bosques, oscuros y frondosos, con su joven verdor; todavía hoy, al pronunciar la palabra «verano», automáticamente me vienen a la memoria aquellos radiantes días de julio que pasé en Baden, cerca de Viena.
|
etiquetas: primera guerra mundial , stefan zweig , historia , pacifismo