No sabemos cuándo nació Shajar al-Durr, quien algún día gobernaría Egipto. Tampoco sabemos qué nombre le puso su madre, ni siquiera quiénes eran sus padres. A nadie le interesaba registrar los detalles de una esclava insignificante. Sabemos que era feroz e inteligente. Y sabemos que era bella. Lo suficientemente bella como para que le dieran el nombre de Shajar al-Durr, el Árbol de las Perlas. Y lo suficientemente bella como para que la compraran para el harén de As-Salih Ayyub, hijo del sultán de Egipto.
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