Poco después de celebrarse el juicio al nazi Eichmann en Jerusalén (al que asistió como corresponsal de prensa Hannah Arendt) Milgram empezó a preguntarse cómo era posible que personas normales hubieran permitido e incluso colaborado y participado en el Holocausto. “¿Son todos cómplices?” o bien, como decía el propio Eichmann en su juicio, “¿sólo se limitaran a cumplir órdenes?”.
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