Es 1840. El átomo ha yacido durante cientos de millones de años en caliza, unido a tres átomos de hidrógeno y uno de calcio. Su escala de existencia es una millonésima de milímetro, su ritmo interno es una millonésima de segundo, y en esencia es invisible. Un hombre desprende al átomo con un pico. Liberado tras pasar la caliza por un horno, lo atrapa el viento y asciende. Lo aspira un halcón pero después lo expele; se disuelve en el mar, regresa a los aires y viaja de nuevo durante ocho años hasta aterrizar en la hoja de una hilera de viñas.
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