Hasta comienzos del siglo XVIII la lluvia obligaba a los caballeros a pasearse cubiertos con un sombrero de cuero de ala ancha y amplias capas que preservaban sus ropas, pero no impedían que acabaran empapados. Las señoras, por su parte, adoptaban tales capas masculinas, se quedaban en casa o, si sus obligaciones no se lo permitían, se sometían a las inclemencias del tiempo. Así fue hasta que un francés llamado Jean Marius tuvo una idea práctica y a la vez genial: el paraguas plegable.
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