El cine de animación nunca ha sido bien considerado por los premios Oscar de Hollywood. El que viene de fuera de Estados Unidos, tampoco. Ni el independiente. Justo tres condiciones que reúne el cine animado japonés, con cada vez más presencia internacional y que, sin embargo, ha sido ninguneado por el potente circuito cinematográfico estadounidense salvo honrosas excepciones como El viaje de Chihiro, su director Hayao Miyazaki, y su compañía Studio Ghibli, que lograron abrir la puerta, aunque fuera solo un poco.
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