Son las cuatro y diez de la mañana y te despiertas, así, de repente. Sin avisar, a tu cerebro le han tirado un cubo de agua encima y ahora no hay quien duerma. Das vueltas en la cama, intentando buscar la postura más cómoda para adormecer, de nuevo, la sesera, pero resulta de lo más inútil. La única solución que se te ocurre es esperar. Todos nosotros, alguna que otra vez, hemos tenido noches como ésta. Sin embargo, el insomnio nocturno no resulta tan perjudicial como pensamos.
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