El sentimiento que suele empujar a un escritor a enviar un manuscrito a las llamas es el de insatisfacción con el trabajo propio, ese prurito perfeccionista que con demasiada frecuencia sobra en los genios y falta en los mediocres. El fuego ha devorado el producto del talento de muchos escritores que simplemente pedían más a sus textos, de manera que la insatisfacción y búsqueda de la perfección nos ha privado de muchas obras posiblemente magistrales.
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