En el verano de 2013, cuatro jóvenes se presentaron en distintos hospitales de Túnez con cuadros clínicos severos aparentemente inexplicables: fiebre alta, temblores, vómitos y dolores musculares. Nadie se imaginaba que lo que tenían era malaria, una enfermedad que el país no veía desde hacía más de tres décadas. Pero los pacientes no habían viajado. ¿Cómo pudo suceder?
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