Hay un momento, normalmente a partir de los tres años, en el que los niños empiezan a explorar el juego de roles, o el jugar a ser, y adoran disfrazarse. Es entonces cuando les regalamos disfraces hipersofisticados, perfectamente acabados y muy reales, que además de ser carísimos, son encima sintéticos (de las condiciones de fabricación ya no digo nada, pero habría que estirar del hilo para darnos cuenta de qué compramos…).
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