Durante años, hasta 1970, el mar Báltico arrojó los cadáveres y restos de los deportados asesinados. En 1945, cuatro días tras el suicidio de Hitler, el bombardeo por la RAF del Cap Arcona, y de otros tres buques atiborrados de prisioneros de los nazis, provocó la muerte de más de 7.500 deportados a manos de sus liberadores. Aquellos que sobrevivieron a las ráfagas de sus guardias y a las bombas de los aviones aliados, hubieron de hacer frente a las gélidas aguas y a nuevos ataques aéreos. Una catástrofe ignorada por los libros de historia.
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