Dolores era muy salada. Siempre andaba correteando de un lugar a otro en su Sevilla natal. Se movía con gracieta y, a la hora de hablar, no había palabra que se le atragantase. Tenía esa luz que conquistaba a cualquiera. Era vivaracha y pizpireta. Curiosa como la que más. Quería comerse el mundo. Masticarlo. Engullirlo. Y digerirlo. A simple vista podría parecerse a cualquier niña de nuestro tiempo, pero ese entusiasmo tan propio rápidamente se transformó en una condena. Dolores sufrió miradas. Dolores lloró amargura. Dolores pidió compasión.
|
etiquetas: dolores , sacerdotes , bruja