A medida que la demanda superaba el suministro, subían los precios y los beneficios; pero a medida que aumentaba la población, bajaban los sueldos. En buena parte de Europa este funesto movimiento de tijera llegó a su punto máximo en la última década del siglo XVI, una década de inestabilidad política, de malas cosechas y, al final, de una peste devastadora. El crecimiento de la población se detuvo, el ritmo de la expansión económica se redujo durante un tiempo y muchos bancos mercantiles fracasaron.
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