La gente, como los gatos, son criaturas impulsadas por la curiosidad que manifiestan inclinaciones únicas hacia ciertos estímulos. Esto ha sido inmortalizado en el proverbio del gato. ¿Podríamos estar tan extremadamente atraídos por este impulso hasta el nivel de ponernos en peligro a nosotros mismos por el simple motivo de la satisfacción?
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